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BAUEN, día 32

A pesar de todos los indicios, del estado general del país y de la acelerada decadencia de la empresa, los trabajadores vivieron la pérdida de su fuente de trabajo en un estado de profunda indefensión y cierto azoramiento ante lo que estaban viviendo. “Estaban sacando acolchados, cortinas, camas, etcétera, un montón de cosas que nosotros decíamos ¿qué vamos a hacer? Si no podemos hacer nada. Solamente ir al Síndico y decirle que no nos saquen más porque nos estaban haciendo un vaciamiento”, es el relato de María Eva.

El 28 de diciembre los trabajadores ya tenían claro que ese día pasaban a ser desempleados. El clima era de pesadumbre, una tristeza que no parecía tener solución posible, ni hacia adentro ni hacia afuera de las puertas del hotel. Cuenta Gladys que “el 28 ya sabíamos del cierre del hotel. Así que salí de mi casa a las seis de la mañana porque entrábamos a las siete. Llegamos. La gobernanta igual nos hizo hacer las habitaciones que había que hacer. Algunas ya las habían desmantelado”. No es muy diferente lo que vivió Marcelo, que fue a trabajar como todos los días pero que “cada vez que completábamos nuestro turno, pasábamos por la lencería a entregar nuestra ropa”.

La imagen final nos la da María Eva: “Brindamos un 28 como si fuera cualquier día, después nos agarró como tristeza, yo no me quería ir, estaba en el piso ocho. No me quería ir”.

La estafa estaba consumada, el Bauen había sido vaciado, sus trabajadores despedidos sin indemnización y sin perspectivas de que sus derechos fueran respetados. Todo era desazón y desesperanza para ellos, y cruzaron la puerta del hotel convencidos de que nunca volverían a atravesarla en el sentido contrario, y que una difícil etapa de sus vidas se iniciaba.

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