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BAUEN, día 44

“Yo con mi familia sentía una gran deuda por todas las necesidades por las que pasaron y por todos los momentos que no pude estar con ellos”, continúa Plácido, que recuerda:

Cuando mi hija tenía catorce años me prometí que le iba a hacer la fiesta de quince. Pero me había nacido otro hijo y la cosa se había puesto más difícil en los aspectos económicos. El nene nace en enero de 2003 y me encontraba como en el aire, tironeado por todos lados y no cumplía bien con mis funciones de cabeza de familia, ni tampoco aquí, la falta de recursos me estaba acorralando. Mi desesperación por cumplirle venía porque nunca le habíamos festejado un cumpleaños, siempre había otros gastos más importantes, siempre era trabajo, trabajo. Así uno se pierde muchos momentos de disfrutar con la familia, de estar con los hijos en los momentos importantes. Me daba mucha bronca la herejía de los patrones que nos roba hasta eso, el placer de estar con nuestros hijos.

La idea que surgió como “una locura” empezó a tomar forma de la manera más inesperada. El grupo que se había empezado a reunir en su propia cooperativa sin tener idea de qué era una empresa recuperada ahora estaba ocupando uno de los hoteles más importantes de Buenos Aires, con varios salones donde hacer una fiesta. Sigue Plácido:

En esa época el contacto con el BAUEN era constante, era de fraternidad y solidaridad en todos los aspectos, era un dar y recibir permanente. Recuerdo que cuando entramos por la fuerza al hotel en el 2003 y veía esos salones abandonados, soñaba con recuperarlos para poder hacer allí la fiesta de mi hija. Pero era un sueño como cuando soñábamos aquí con el día en que estuviéramos trabajando para nosotros, con una imprenta en nuestras manos. Pero así como esto último se cumplió, también se dio lo otro.

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