Aunque al principio a Juan Carlos le pareció “una locura” instalarse con su pequeña imprenta en un hotel ocupado, al cabo de unos meses se convenció. Que el centro de copiado empezara a funcionar, casi en exclusividad para la cooperativa, era una muestra de que la cosa empezaba a funcionar, y cada vez mejor, despejando los temores de Tonarelli padre, quien (…)
armó una lista de precios para la cooperativa que era inmejorable, con una bonificación muy importante, que funcionaba como el pago por el espacio físico que le dieron para traer las cosas. ¿Y yo que hacía mientras teníamos el taller gráfico? Era el corredor, levantaba pedidos, vendía en la calle. Claro, al venir acá empezamos a hacer menos ese laburo. Entonces la imprenta pasó a ser casi en su totalidad la imprenta del hotel y con muy poquitos clientes que nos fueron quedando y finalmente yo me termino sumando a la cooperativa y mis viejos terminan en el taller imprimiendo todo para el BAUEN. Entonces el BAUEN tuvo su imprenta hasta que mi viejo falleció, pero terminó siendo uno más de nosotros. A mi viejo lo llegaron a querer mucho acá.
Eran síntomas de una actividad económica que despegaba, una cooperativa que se movía. Y no solo en lo económico. Como señalaba acertadamente Lavaca, “(…) el hotel Bauen se caracteriza, fundamentalmente, por brindar solidariamente espacios para organizaciones sociales que se reúnen allí para debatir, organizar y dar a conocer sus prácticas y necesidades”. En esos primeros años, el BAUEN se convirtió en un centro de lucha, solidaridad y movilización. Esa cualidad, lógicamente facilitada por su ubicación estratégica y por su funcionalidad como establecimiento especialmente pensado para reuniones y actividades sociales (no, por supuesto, de la naturaleza y con los protagonistas que tuvieron y tienen), contribuyó a que la defensa de la cooperativa se constituyera en una causa común a para muchas personas y organizaciones.